Creo que es importantísimo estudiar los temas asociados a la colonización cultural en una época tan convulsa y cargada de incertidumbre. Hoy se hacen visibles, día a día, los efectos de la manipulación de criterios, conductas y emociones, en un clima donde proliferan las fake-news y reina la “posverdad” —y donde, como decía Iván Karamazov, “todo está permitido”.
Nunca habíamos sufrido una crisis cultural y ética tan devastadora, que ha mezclado aquello que vale la pena, aquello que deberíamos preservar, querer y recordar, con un diluvio de mensajes frívolos, irrelevantes, “divertidos”. Nunca la cultura había sido tan degradada a mera mercancía, a mero pasatiempo vacío. Nunca ha sido tan abrumadora la presencia colonial en nuestras vidas y en nuestra subjetividad. Nunca había llegado tan lejos la hegemonía cultural de un pequeño grupo de corporaciones que obtiene ganancias multimillonarias mientras defiende los intereses del sistema.
Hoy parece invencible el empuje de la todopoderosa industria del entretenimiento, de la desinformación, de la publicidad comercial, de la moda, de las celebrities.
(1)
La experiencia de Cuba en este campo puede resultar muy ilustrativa. Está marcada por la singularidad de su historia: fue una de las últimas colonias de España en América (“la siempre fiel Isla de Cuba”, según el slogan de la metrópoli); luchó treinta años por su independencia y por los más avanzados ideales de justicia social; fue víctima de la voracidad del joven Imperio norteamericano y se convirtió en la primera neocolonia de los Estados Unidos durante medio siglo; luego se levantó en armas contra una tiranía sangrienta, inmoral, aliada de los yanquis, y fundó una sociedad revolucionaria de inspiración socialista.
Las huellas de lo que Aníbal Quijano llama “colonialidad del poder” están presentes a lo largo de toda la historia de Cuba y de Nuestra América. Desde la idea de “raza”, señala Quijano, “los colonizadores definieron la nueva identidad de las poblaciones aborígenes colonizadas: indios”.
Para esas poblaciones la dominación colonial implicaba, en consecuencia, el despojo y la represión de las identidades originales (mayas, aztecas, incas, aymaras, etc., etc.) y en el largo plazo la pérdida de estas y la admisión de una común identidad negativa. La población de origen africano, también procedente de heterogéneas experiencias e identidades históricas (congos, bacongos, yorubas, ashantis, etc., etc.) fue sometida a una situación equivalente en todo lo fundamental y a una común identidad colonial, igualmente negativa: negros. [i]
Quijano explica cómo “indios” y “negros” son compelidos “a abandonar bajo represión las prácticas de relación con lo sagrado propio o realizarlas solo de modo clandestino con todas las distorsiones implicadas”. Es más: fueron llevados “a admitir, o simular admitir, frente a los dominadores, la condición deshonrosa de su propio imaginario y de su propio y previo universo de subjetividad”.[ii] ¿Habrá una forma de tortura más desgarradora que esta?
En la Cuba de la primera mitad del siglo XX sobrevivía esta pavorosa humillación entre negros y mestizos, y entre aquellos blancos, en su mayoría pobres, que habían abrazado las religiones cubanas de origen africano. La burguesía de la Isla practicaba un catolicismo de muy escaso calado espiritual, mientras miraba despectivamente hacia las religiones de origen africano y las descalificaba como “brujería”. Según parece, no pocos de nuestros burgueses acudían en secreto a los orichas para protegerse. Pero, obviamente, para el público, para la crónica social de los periódicos, se presentaban como impecables seguidores de la Iglesia Católica Apostólica y Romana.
El 20 de mayo de 1902 quedó oficialmente constituida la República de Cuba, con un apéndice constitucional humillante que revelaba la condición neocolonial de aquella criatura deforme recién nacida. En realidad, habíamos cambiado de metrópoli. Éramos un país subordinado a los EEUU desde todos los puntos de vista. Aunque teníamos bandera, himno nacional, presidente, parlamento, no pasábamos de ser una colonia perfecta en términos económicos, comerciales, diplomáticos y políticos. Y estuvimos muy cerca de serlo en términos culturales.
Nuestra burguesía miraba permanentemente hacia el Norte: de allá importaba sueños, esperanzas, fetiches, estilos de vida. Enviaba a sus hijos a estudiar al Norte, con el deseo de que asimilaran el admirable espíritu competitivo de los “triunfadores” yanquis. Roberto Fernández Retamar la llamó “viceburguesía”, por su carácter dependiente, anexionista, antipatriótico.

La burguesía cubana no se sentía latinoamericana. Ni mucho menos caribeña. Miraba por encima del hombro a su familia espiritual de la región y se sentía como una especie de pariente pobre del acaudalado vecino del Norte, gracias a un parentesco imaginario y algo patético. Detestaba a la vez las raíces africanas de nuestra cultura. Aunque sus representantes políticos citaban mucho a Martí, habían trabajado para borrar de la memoria colectiva de la nación todo vestigio de la República martiana y de sus lazos con Nuestra América.
No tuvimos en Cuba una burguesía propiamente nacional, como sí la hubo en otros países de América Latina. Nuestros burgueses hicieron lo posible para que Cuba fuera absorbida culturalmente por sus amos durante la República neocolonial.
La Cuba de la primera mitad del siglo XX fue un eficiente laboratorio cultural al servicio del Imperio, concebido para multiplicar todo lo posible la exaltación de la Nación Elegida y de su liderazgo mundial. Actrices y actores cubanos doblaban al español las más populares series televisivas estadounidenses, que luego inundarían el continente. De hecho, desde 1950 Cuba contaba con televisión a escala comercial, lo que nos convirtió en uno de los países más “adelantados” de América Latina en este campo. Parecía un salto hacia el llamado “Progreso”; pero resultaba una primicia envenenada.
La programación de la televisión cubana, muy comercial, exhibía una enorme influencia de la seudocultura made in USA. Telenovelas de las llamadas “jaboneras”, juegos de béisbol de las Grandes Ligas y de la liga nacional, programas de competencia y participación copiados de los realities shows norteamericanos —y, por supuesto, publicidad a todas horas.
Pero la muestra más notable de la utilización de Cuba como satélite de la industria cultural norteamericana fue la emblemática revista Selecciones del Reader´s Digest en español, que comenzó a aparecer en 1940, en la Habana, publicada por una empresa del mismo nombre. Ese símbolo de la idealización del modelo yanqui, de la satanización de la URSS y de toda idea cercana a la emancipación se traducía e imprimía en la Isla, y era distribuida desde aquí hacia América Latina y hacia la propia España.

La imagen de la Isla que se conocía internacionalmente se reducía al “paraíso” tropical fabricado por la mafia yanqui y sus cómplices cubanos. Droga, juego, prostitución, todo puesto al servicio del turismo VIP proveniente del Norte. Recuérdese que el proyecto de las Vegas se había diseñado para nuestro país y se malogró a causa de la Revolución.
Fanon explica el triste papel que adopta la “burguesía nacional” —ya independizada formalmente del colonialismo— ante las élites de las antiguas metrópolis, “que se presentan como turistas enamorados del exotismo, de la caza y de los casinos”. Y añade:
Si se quiere una prueba de esta eventual transformación de los elementos de la burguesía ex colonial en organizadores de fiestas para la burguesía occidental, vale la pena evocar lo que ha pasado en América Latina. Los casinos de la Habana, de México, las playas de Río, las jovencitas brasileñas o mexicanas, las mestizas de trece años, Acapulco, Copacabana, son los estigmas de esa actitud de la burguesía nacional.[iii]

Cintio Vitier advirtió en 1957 que
«somos víctimas de la más sutilmente corruptora influencia que haya sufrido jamás el hemisferio occidental»: el modo de vida yanqui. Y agregaba: «lo propio del ingenuo american way of life es desustanciar desde la raíz los valores de todo lo que toca».[iv]
Pero hubo tres factores que frenaron este proceso de “desustanciación”: la labor de minorías intelectuales que, como el propio Cintio, defendieron contra viento y marea la memoria y los valores de la nación; la siembra de principios martianos y patrióticos de los maestros de la escuela pública cubana; y la resistencia de nuestra vigorosa cultura popular, mestiza, altiva, ingobernable, nutrida de la rica herencia espiritual de origen africano.
Fidel, en La historia me absolverá, al describir la desesperada situación económica y social del país, enumeró los seis problemas principales de Cuba y, entre ellos, subrayó “el problema de la educación”. Y se refirió a “la reforma integral de la enseñanza” como una de las misiones más urgentes que tendría que acometer la futura República liberada.[v]
(2)
La revolución educacional y cultural anunciada en el juicio del Moncada empezó prácticamente desde el triunfo del 1º de enero de 1959. El 29 de ese propio mes, convocado por Fidel, parte hacia la Sierra Maestra un primer destacamento integrado por trescientos maestros, más de cien médicos y otros profesionales, para llevar educación y salud a la población que vivía en las zonas más apartadas del país. Por esos mismos días, Camilo y Che lanzan una campaña para erradicar el analfabetismo en las tropas del Ejército Rebelde, teniendo en cuenta que más del 80 % de los combatientes eran analfabetos.

El 14 de septiembre se entrega al Ministerio de Educación el antiguo Campamento Militar de Columbia para que levantara allí un gran complejo escolar. Cuatro días después, el 18, se promulga la Ley No. 561, que crea diez mil aulas y entrega la acreditación a cuatro mil nuevos maestros.
Con la instalación de Ciudad Escolar Libertad en las áreas de un lugar tan satánico como Columbia, empezó a cumplirse la promesa de la Revolución de convertir los cuarteles en escuelas: sesenta y nueve fortalezas militares pasaron a ser centros de enseñanza.
En el propio año 1959 se crearon instituciones culturales de mucha trascendencia: el ICAIC, el 24 de marzo; la Imprenta Nacional, el 31 de marzo; la Casa de las Américas, el 28 de abril. Surgió, asimismo, con un concepto de vanguardia, el Teatro Nacional de Cuba, que incluía un Departamento de Folklore y una visión desprejuiciada y antirracista inédita en el país. Toda esta nueva institucionalidad revolucionaria se orientaba hacia una comprensión descolonizada y descolonizadora de la cultura cubana y universal.
La fundación de la Casa de las Américas por Fidel y por Haydée Santamaría tuvo que ver con dos objetivos primordiales: el primero, el más inmediato, consistía en prepararnos para mantener los vínculos con la intelectualidad del continente cuando los gobiernos rompieran con Cuba a partir de las presiones de los Estados Unidos (algo previsible); y el segundo, estratégico, de largo alcance, fomentar una visión antimperialista, descolonizada, emancipadora, en Cuba y en toda Latinoamérica y el Caribe, es decir, configurar un frente cultural anticolonial en el continente.
Todo lo que se hizo y se hace desde la Casa ha tenido una orientación descolonizadora: premiar, estudiar y dar a conocer a los más relevantes creadores de la región; formar un público capaz de entender y disfrutar sus obras; promover paradigmas literarios y artísticos asociados a las expresiones más auténticas de la región, olvidadas por el mercado, pero ajenas a su censura y a las concesiones que exige; borrar las fronteras artificiales entre la cultura popular y la llamada “alta cultura”; crecer hasta Brasil, hasta todo el Caribe, hasta las culturas originarias, hasta el ámbito de Afroamérica, hasta la población latina de los Estados Unidos, es decir, hasta esa Nuestra América que vive en el seno del Imperio. El gran antropólogo brasileño Darcy Ribeiro decía que Brasil aprendió a verse y a sentirse latinoamericano gracias a la Casa de las Américas.
Pero no solo se crearon nuevas instituciones. Otras ya existentes fueron renovadas para ponerlas al servicio de la misión emancipadora y descolonizadora. En marzo de 1959, Fidel señaló que había que centrar la atención “en la formación de maestros y profesores, porque serán los soldados de vanguardia contra la ignorancia y contra el pasado”.
El 28 de diciembre de 1959, al recibir el título de Doctor Honoris Causa en Pedagogía en la Universidad de las Villas, el Che pidió a las universidades cubanas que se pintaran de negro, de mulato, de obrero, de pueblo, en su alumnado y en sus profesores; y que abrieran sus puertas al pueblo. No les pidió que esto se hiciera de manera automática, populista; sino que advirtió que la Revolución estaba obligada a crear las condiciones para que las clases populares, siempre excluidas de los predios universitarios, estudiaran adecuadamente y recibieran la preparación necesaria para acceder a la enseñanza superior. Empezaba a ser dinamitado así otro estereotipo colonial muy arraigado: el del joven blanco de familia acomodada que se pavonea con un título universitario bajo el brazo.
El propio Che explicó el complejo proceso en que el individuo, formado en la lógica capitalista, va integrándose a un proyecto colectivo de carácter socialista. Por eso, subrayó, “La sociedad en su conjunto debe convertirse en una inmensa escuela”.[vi] Está hablando de algo que va mucho más allá que una mera reforma del sistema educativo. Incluye todos los mecanismos de participación —la vía principal para la mutación de la conciencia— que se fueron estructurando en la Cuba revolucionaria.
Cuba necesitaba formar maestros a una escala mucho mayor que nunca antes y necesitaba educadores que comprendieran íntimamente la hondura de los cambios culturales que se requerían. En 1962 se disolvieron las escuelas pedagógicas tradicionales y, en su lugar, surgieron planes muy novedosos, que ponían un énfasis particular en las vivencias directas que nutrirían a los estudiantes de magisterio en su contacto con la población y sus formas de vida en el campo y en específico en áreas montañosas. El Plan “Minas-Topes-Tarará” se diseñó sobre la base de estancias de los alumnos en Minas del Frío y Topes de Collantes, antes de culminar el ciclo en Tarará. Ahí latía ya el germen del concepto que combinaba el estudio y el trabajo agrícola: un esquema que se extendería a las llamadas Escuelas de Secundaria Básica en el Campo (ESBEC). Y latía a la par el espíritu de aquel memorable texto de Martí sobre los “maestros ambulantes”.
(3)
Aunque en 1959 se dieron pasos sustanciales, 1961 fue el año en que se inició la revolución educacional y cultural que necesitaba el país. Y esto se hizo en medio de la guerra sin cuartel desatada por el Imperio contra Cuba.
1961 es el año en que Eisenhower rompe las relaciones diplomáticas con Cuba; el año de la proclamación por Fidel del carácter socialista de la Revolución; de la invasión por Playa Girón (organizada por Eisenhower y ejecutada por Kennedy); de la lucha sin cuartel contra las bandas armadas y financiadas por la CIA. Es el año en que el gobierno de los EEUU arreció su ofensiva para asfixiar económicamente a Cuba y aislarla de Nuestra América y de todo el mundo occidental.
Repasando tantas presiones y desafíos, tanta violencia, resulta aún más admirable que la dirección revolucionaria haya convertido a 1961 en un año clave para la educación y la cultura. Se llevó a cabo con éxito, contra viento y marea, la epopeya de la Alfabetización; Fidel se reunió durante tres largas jornadas con representantes de la vanguardia intelectual y artística en la Biblioteca Nacional y pronunció su discurso fundador de la política cultural de nuestro país; se celebró el 1er Congreso de Escritores y Artistas; nacieron la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), la Escuela Nacional de Instructores de Arte y el Instituto Nacional de Etnología y Folklore.
Palabras a los intelectuales (como posteriormente se tituló el discurso que Fidel pronunció el 30 de junio de 1961 en la Biblioteca Nacional) nos legó una política cultural sin precedentes, ajena a todo sectarismo, aglutinadora, unitaria, anti dogmática, que no solo liquidaba las pretensiones de imponer en Cuba el tristemente célebre “realismo socialista”; sino que iba mucho más allá.

Su amplísima convocatoria a participar activamente en la refundación cultural del país se dirigía a todos los intelectuales y artistas revolucionarios y a aquellos que, sin serlo, fueran honestos y comprendieran el sentido de la justicia de la Revolución. El “dentro de la Revolución” trazado incluía a todas las generaciones, a todas las tendencias estéticas, a todos los grupos.
En ese discurso, Fidel insistió en una cuestión que, treinta años más tarde, se colocó a menudo en el centro de sus debates en la UNEAC, al señalar que la Revolución iba a ocuparse del desarrollo de las condiciones que le permitirían al pueblo satisfacer todas sus necesidades materiales y, además, las culturales y espirituales. Anticipó así un concepto primordial: la idea de que debemos ver la cultura como un componente básico de la calidad de vida de toda la población.
(4)
Casi cuatro décadas más tarde, en 1999, en Venezuela, Fidel hizo una afirmación sobre la que siempre habrá que volver: “Una revolución solo puede ser hija de la cultura y de las ideas”.
Aunque haga cambios radicales, aunque entregue tierras a los campesinos y elimine el latifundio, aunque construya viviendas para los que sobreviven en barrios insalubres, aunque ponga la salud pública al servicio de todos, aunque nacionalice los recursos del país y defienda su soberanía, una revolución no estaría nunca completa ni sería duradera si no otorga un protagonismo determinante a la educación y a la cultura. Hay que cambiar las condiciones de vida material del ser humano y hay que cambiar simultáneamente al ser humano, su conciencia, sus paradigmas, sus valores.
La cultura no fue jamás para Fidel algo ornamental o una herramienta propagandística —un error frecuente a lo largo de la historia entre líderes de la izquierda. Fidel la vio como una energía transformadora de alcance excepcional, que se vincula íntimamente a la conducta, a la ética. Pero la vio, sobre todo, al igual que Martí, como la única vía para lograr la plena emancipación del ser humano: lo que le ofrece la posibilidad de defender su libertad, su memoria, sus orígenes, y de combatir la colonización cultural y la telaraña de manipulaciones que le cierran el paso día a día. El ciudadano culto y libre que está en el centro de la utopía martiana y fidelista debe estar preparado para entender cabalmente el entorno nacional e internacional y para descifrar y sortear las trampas de la maquinaria de dominación cultural.
En 1998, en el VI Congreso de la UNEAC, Fidel se concentró en el tema “relacionado con la globalización y la cultura”. La denominada “globalización neoliberal”, dijo, es “la más grande amenaza a la cultura, no solo a la nuestra, sino a la del mundo”. Debemos defender nuestras tradiciones, nuestro patrimonio, nuestra creación, ante el “más poderoso instrumento de dominación del imperialismo”. Y concluyó:
“aquí todo se juega: identidad nacional, patria, justicia social, Revolución, todo se juega. Esas son las batallas que tenemos que librar ahora”.[vii]
Se trata, por supuesto, de “batallas” contra la colonización cultural, contra lo que Frei Betto llama “globocolonización”, contra una oleada que puede liquidar nuestra identidad y la Revolución misma.
La maquinaria mediática, junto a la incesante propaganda comercial, nos advierte Fidel, llegan a generar “reflejos condicionados”. “La mentira”, dice, “afecta el conocimiento”; pero “el reflejo condicionado afecta la capacidad de pensar”. Si el Imperio dice “Cuba es mala”, “vienen todos los explotados de este mundo, todos los analfabetos y todos los que no reciben atención médica, ni educación, ni tienen garantizado empleo, no tienen garantizado nada” y repiten que “La Revolución Cubana es mala”. De ahí que la suma diabólica de la ignorancia y la manipulación engendra una criatura patética: el pobre de derechas —ese infeliz que opina y vota y apoya a sus explotadores.[viii]
“Sin cultura”, repetía Fidel, “no hay libertad posible”. Los revolucionarios, según él, estamos obligados a estudiar, a informarnos, a nutrir día a día nuestro pensamiento crítico. Esa formación cultural, junto a los imprescindibles valores éticos, nos permitirán liberarnos definitivamente en un mundo donde predomina la esclavización de las mentes y de las conciencias. Su llamado a “emanciparnos por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos”[ix] equivale a decir “descolonizarnos por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos”. Y la cultura es, por supuesto, el instrumento principal de ese proceso descolonizador de autoaprendizaje, de autoemancipación.

(5)
La prioridad que ha dado nuestra política cultural al tema de la descolonización se manifiesta en el nacimiento de nuevas entidades que sumaron sus esfuerzos a este empeño.
En 1982, por iniciativa de Armando Hart, entonces ministro de Cultura, se crean la Casa del Caribe y la Fundación Alejo Carpentier. La primera, con sede en Santiago de Cuba, se ha encargado durante cuatro décadas de investigar la cultura popular cubana y caribeña, la riqueza de los distintos sistemas mágico-religiosos de la región y su influjo en nuestro país, la música, la danza, la poesía, el pensamiento, todas las expresiones de la creatividad caribeña, en un empeño que va desde el ámbito académico hasta el espacio abierto y fecundo de las fiestas populares. La segunda, la Fundación Alejo Carpentier, tuvo como primera presidenta a Lilia Esteban, viuda del gran escritor, y se ha ocupado desde entonces de investigar y difundir la obra profundamente descolonizadora del brillante narrador y ensayista.
Se fundan a la par instituciones y organizaciones de la sociedad civil dedicadas a realzar la vigencia del legado de José Martí, padre indiscutido del pensamiento anticolonial y emancipador de Cuba: el Centro de Estudios Martianos, institución especializada en la investigación de la vida y la obra del Apóstol, en 1977; el Movimiento Juvenil Martiano, en 1989; y la Sociedad Cultural José Martí, en 1995. Y se multiplican paralelamente las Cátedras Martianas en las universidades del país.
Las Fundaciones Nicolás Guillén, creada en 1991, y Fernando Ortiz, en 1995, se concentran en estudiar y divulgar la mirada antirracista y descolonizadora de estas dos figuras cardinales de la vanguardia intelectual cubana. Más recientemente, con la apertura en 2021 del Centro Fidel Castro Ruz, puede decirse que, en términos institucionales, Cuba cuenta con instrumentos eficaces para combatir la “globocolonización”. Y contamos en términos conceptuales con un valioso patrimonio anticolonial que tiene su expresión más alta en Martí y en Fidel y se nutre de las contribuciones de Fernando Ortiz, Nicolás Guillén, Alejo Carpentier, José Lezama Lima y Roberto Fernández Retamar.
Sin embargo, debemos reconocer que, en Cuba, actualmente, estamos más contaminados por los fetiches de la “globocolonización” que en otros momentos de nuestra historia revolucionaria.
Tenemos que trabajar en dos direcciones fundamentales: promover con intencionalidad opciones culturales genuinas y fomentar una visión crítica en torno a los productos de la industria hegemónica del entretenimiento.
Resulta imprescindible fortalecer la articulación efectiva de instituciones y organizaciones, comunicadores, maestros, instructores de arte, intelectuales, artistas y demás actores que contribuyen directa o indirectamente a la formación cultural de nuestro pueblo. Todas las fuerzas revolucionarias de la cultura deben trabajar de manera más coherente. El sentido anticolonial tenemos que convertirlo en un instinto.
A propósito de estas preocupaciones, fue convocado el pasado 5 de julio el taller “Colonización y descolonización cultural: una visión desde Cuba” con el patrocinio de la Casa de las Américas, el Centro Fidel Castro Ruz, el Centro de Estudios Martianos, el Movimiento Juvenil Martiano, la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, la Unión de Periodistas de Cuba y la revista Cuba Socialista, entre otras instituciones y organizaciones. Tuvimos como invitado especial al historiador y periodista indio Vijay Prashad, director ejecutivo del Instituto Tricontinental de Investigaciones Sociales y editor jefe de LeftWord Books.

Allí se presentó el documento “Sembrar ideas, sembrar conciencia”: programa para enfrentar la colonización cultural, fruto del análisis de representantes de las instituciones y organizaciones que organizaron el taller.
Voy a comentar a continuación los aspectos principales de este Programa, que revela hasta qué punto resulta imprescindible seguir debatiendo este tema en nuestro país:
(6)
El Programa enfatiza en la necesidad de fomentar una visión crítica ante los discursos hegemónicos que manipulan opiniones y emociones y provocan amnesia cultural e histórica. Se busca borrar la memoria colectiva a través de producciones culturales que solo benefician a los intereses coloniales y promueven la sumisión ante la “superioridad” de las potencias. Estos productos devalúan lo autóctono y genuino de las culturas locales, regionales y nacionales y vacían de sentido conceptos como patria, pueblo y nación. Bajo la lógica del show, se realza la figura del “influencer”, un sujeto aparentemente desideologizado, con un considerable poder de atracción sobre grupos poblacionales diversos, particularmente entre los jóvenes.
En este esfuerzo descolonizador deben participar activa y coordinadamente las instituciones educativas y culturales, la radio y la televisión, las organizaciones políticas y de masas, las de creadores y científicos y todos los representantes de la sociedad civil cubana.
Paradójicamente, estamos obligados a defender, junto a los valores de nuestra cultura nacional, lo mejor del patrimonio cultural universal, incluido el que auspició la burguesía desde el Renacimiento hasta nuestros días. Las élites del mundo de hoy, enfermas de codicia y de vulgar pragmatismo, desprecian ese patrimonio, sus valores humanistas, sus indagaciones más trascendentes. Lo han vaciado de sentido. Ya no les sirve. Los que creemos en un mundo mejor, más humano, más justo, más digno, sabemos que ese patrimonio nos pertenece.
¿Por qué el primer libro que publicó la Imprenta Nacional de Cuba, en 1959, fue El Quijote de Cervantes? ¿Por qué se vendió masivamente, en los estanquillos de periódicos, a veinticinco centavos cada uno de los cuatro tomos? Significó, sin ninguna duda, la apropiación de un clásico inmortal de la literatura por un pueblo que estaba protagonizando una revolución en todos los órdenes, incluido el cultural. Significó una democratización radical de El Quijote, que dejó de ser propiedad de las minorías intelectuales para pasar a manos de las mayorías.
El modelo hegemónico propone un paradigma individualista, competitivo y hedonista, cuyo concepto de felicidad no se asocia al “buen vivir” y a la aspiración martiana de conquistar “toda la justicia”. Existe el propósito de secuestrar las subjetividades, en especial las de los más jóvenes. Muchos de ellos, sometidos a esa intoxicación, acaban por dar prioridad a modos de vida superficiales y vacíos, pero muy seductores, que asocian la satisfacción de necesidades espirituales a lo material. En un contexto como este, defender conceptos como sostenibilidad y prosperidad requiere un cambio de paradigmas.
Los modelos de realización dominantes, lejos de ser emancipadores, alientan el relativismo moral, el pragmatismo, el narcisismo, la competitividad y una cultura del odio, la polarización y la exclusión social. Estos antivalores, que erosionan los bienes relacionales de solidaridad, corresponsabilidad y trabajo en equipo, atrofian las relaciones familiares y de amistad y degradan sus esencias; producen anomia social y afianzan el modelo consumista y las lógicas del mercado, donde priman las relaciones contractuales basadas en intereses económicos que contaminan las relaciones humanas y desplazan el amor y la solidaridad.
Resulta prioritario que en las acciones culturales que desarrollemos se exponga nuestro paradigma cubano de vida plena. Un modo de ser sustentado en la dignidad; un modo de relacionarnos basado en principios solidarios, en la justicia y la equidad social; un modo de realizarse fruto de la participación, la pertenencia y el protagonismo.
Es preciso poner énfasis en el empleo de nociones como “vida de abundantes experiencias sociales y culturales”, “bienestar social”, “capital relacional”, “dignidad personal y orgullo social”, “construcción colectiva del bienestar” e “intercambio solidario”. Frente a la omnipresencia de las redes sociales digitales, deben anteponerse las redes familiares y comunitarias verdaderamente sociales, de apoyo y ayuda. Al propio tiempo, tenemos que evitar cualquier tentación de utilizar el arte como mera propaganda. Ajeno a todo didactismo, el arte es una vía de investigación de la realidad.
Frente a los fetiches que impone la industria cultural hegemónica, el sistema institucional cubano tiene el desafío de situar a los mejores valores de nuestra creación y del patrimonio universal entre las preferencias del público de la Isla.
La batalla contra la colonización hay que pensarla también desde las comunidades. En el espacio del barrio confluyen todos los símbolos y mensajes que circulan en las redes en un mundo intoxicado de cultura chatarra. Es ahí, en el barrio, donde nuestros niños, adolescentes y jóvenes reciben una “enseñanza” paralela, y a menudo contradictoria, con respecto a la que les ofrece la escuela.
Debemos llevar adelante las acciones específicas para recomponer el tejido espiritual y cultural de las comunidades, teniendo en cuenta las peculiaridades de cada una de ellas.
La escuela, como dijera Armando Hart, es la institución cultural más importante de la comunidad.[x] En la lucha contra los patrones coloniales en el campo de la cultura, desempeña un papel decisivo. Debemos reforzar los vínculos de la escuela con las instituciones culturales del territorio y con las organizaciones que pueden influir en estos procesos. Las mejores experiencias que se han obtenido en las comunidades en situación de vulnerabilidad se sustentan en un trabajo integral con la participación de todos los actores capaces de impulsar los cambios que se necesitan.
Este empeño por transformar las comunidades desde la cultura tiene que ser absolutamente inclusivo. Solo hay una manera de lograr la creación de nuevos valores: la participación.
Las acciones formadoras que se realicen desde la escuela y las casas de cultura deben pensarse teniendo en cuenta su impacto sobre las familias y su capacidad para generar una articulación que, a través de las mismas, vaya más allá de los niños, adolescentes y jóvenes, de modo que la sociedad en su conjunto participe y se beneficie de la labor de estas instituciones.
Estamos obligados a desarrollar una visión del fenómeno educativo en un espacio más abarcador que el de la escuela, sin restarle valor a su papel central como institución formadora. Tenemos que lograr un genuino protagonismo de la comunidad en los procesos culturales que le son propios.
Las escuelas, las instituciones culturales de base, las familias, los factores de la comunidad que influyen en la formación deben estar preparados para que los adolescentes y jóvenes comprendan sin simplificaciones el tipo de guerra cultural que se desarrolla cotidianamente entre imperialismo y soberanía, entre consumismo y solidaridad, entre capitalismo y socialismo, entre colonialismo y emancipación.
Todos los instrumentos educativos y culturales que influyen de un modo u otro en “el sentido de la vida” deben actuar coherentemente para contribuir al cambio de paradigma y hacer visible la voluntad de nuestro proyecto de trabajar por la felicidad de los seres humanos.
Para comunicarnos con los jóvenes debemos utilizar el lenguaje y los códigos de los jóvenes. Tenemos que conocer sus intereses y generar proyectos que les resulten atractivos.
En este Programa para enfrentar la colonización cultural deben tenerse en cuenta los conceptos y acciones del Programa Nacional para el Adelanto de las Mujeres,[xi] del Programa Nacional contra el Racismo y la Discriminación Racial[xii] y de la Estrategia Integral de Prevención y Atención a la Violencia de Género y en el Escenario Familiar[xiii]. Este Programa, además, debe hacer contribuciones a la consolidación de una cultura medioambiental que se ajuste a lo propuesto por la Tarea Vida[xiv] y aportar en la lucha contra resabios machistas y patriarcales, contra la homofobia y contra toda conducta antisocial y ajena a nuestros valores.
Tenemos que estimular el ejercicio del pensamiento en medio de un clima generalizado muy frívolo y de una grave pereza intelectual, que rechaza todo lo que pueda parecer complejo. Abundan las personas colonizadas culturalmente que no tienen conciencia de ello.
Es vital organizar espacios de debate sobre estos temas. A través de talleres de apreciación en centros educativos y culturales y en comunidades, podemos ampliar la formación de un público capaz de evaluar con una distancia crítica los subproductos de la industria hegemónica del entretenimiento y de desmontar sus mecanismos manipuladores.
Estos talleres deben extenderse al ámbito de las redes sociales, donde, según Rosa Miriam Elizalde, se está imponiendo a gran escala el “colonialismo 2.0”.[xv]
No podemos subestimar el hecho de que en el espacio de las redes nuestros niños, adolescentes y jóvenes se comunican con lo que piensan que es “el mundo”; se agrupan con “amigos” reales o virtuales; construyen y promueven sus identidades personales; disfrutan de partidos de fútbol, conciertos y espectáculos artísticos y de toda índole; satisfacen o creen satisfacer muchas de sus necesidades de interacción social; se informan o desinforman; absorben ideas de todo tipo y viven experiencias emocionales muy intensas y muy diversas; siguen a sus ídolos del deporte y de la farándula, y un largo etcétera. Para los más jóvenes, las redes sociales no son solo una plataforma o un canal de comunicación: significan una extensión de su vida real llevada al mundo virtual. Todo esto al margen de la escuela y de las instituciones culturales.
Nuestros niños, adolescentes y jóvenes participan en la construcción de “comunidades virtuales”, a través de grupos de WhatsApp, Facebook o Telegram. De ahí que la convivencia en la comunidad ya no pueda ser evaluada únicamente en el espacio físico. Hay que analizar del mismo modo cuáles son sus expresiones en el espacio virtual. La escuela, como cualquier otro centro de socialización, propicia la conformación de “comunidades virtuales”.
Resulta indispensable defender nuestro concepto de modernidad, una modernidad “otra”, descolonizada, frente al modelo capitalista depredador.
Este Programa requiere una aproximación rigurosa a las reflexiones que se han hecho y se hacen sobre estos temas en la actualidad.
En nuestras discusiones deben evitarse las improvisaciones, los enfoques superficiales y todas aquellas distorsiones que son expresiones miméticas y colonizadas. Hay que desterrar de nuestras acciones todo tipo de paternalismo y de nociones autoritarias y verticales, y extirpar de raíz cualquier reproducción inconsciente de rasgos propios de la cultura de la dominación y de prácticas discriminatorias.
(7)
Hasta aquí estas notas con las que he querido presentar una de las prioridades de nuestra política cultural a lo largo de más de seis décadas. Como pueden ver, es un problema que no puede considerarse resuelto. Ha habido, como ya dije, como advirtió Fidel, “avances y retrocesos”. Pero no podemos cansarnos. Es demasiado importante para nosotros. Tiene que ver nada menos que con la libertad plena de nuestra gente.
Gracias.
[i] La colonialidad del poder, La Habana, Fondo Editorial de la Casa de las Américas, 2017, p 425.
[ii] Ibídem, p 427.
[iii] Los condenados de la tierra, La Habana, Fondo Editorial de la Casa de las Américas, 2017.
[iv] Lo cubano en la poesía, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 2002.
[v] http://media.cubadebate.cu/wp-content/uploads/2009/05/la-historia-me-absolvera-fidel-castro.pdf
[vi] http://cubarte.cult.cu/centro-che-cuba/el-socialismo-y-el-hombre-en-cuba/
[vii] Lo primero que hay que salvar: intervenciones de Fidel en la UNEAC, compiladores Luis Morlote y Elier Ramírez, La Habana, Ediciones Unión, 2021.
[viii] Ibídem.
[ix] “Concepto de Revolución”, https://www.presidencia.gob.cu.
[x] Educación, ciencia y conciencia, La Habana, Editorial Pueblo y Educación, 2008.
[xi] DECRETO PRESIDENCIAL 198: PROGRAMA NACIONAL PARA EL ADELANTO DE LAS MUJERES, en https://www.tsp.gob.cu.
[xii] PROGRAMA NACIONAL CONTRA EL RACISMO Y LA DISCRIMINACIÓN RACIAL, en https: //www.ministeriodecultura.gob.cu.
[xiii] https://www.mujeres.cu.
[xiv] Tarea Vida, en https://www.citma.gob.cu.
[xv] “Colonialismo 2.0 en América Latina y el Caribe: ¿qué hacer?”, en http: // www.cubasocialista.cu.
LO REAL ESTÁ EN LO QUE NO SE VE.
Colonización cultural- Inteligencia artificial.
@RoilanCu1
Nadie podría negar la existencia de una globocolonización, como ha señalado Frei Betto.
Quizás una contradicción principal del sistema capitalista está entre el inminente desarrollo de la tecnología y el humanismo, entre la inteligencia artificial y la inteligencia animal, entre la vida redibujada y la vida en sí, entre el mundo real y el mundo virtual; y es ahí donde precisamente entran la ética, las ideas, los valores.
El #mundo, al decir de Baudrillard, parece una orgía de imágenes.
Recientemente estudiamos un interesante documental, cuya idea central es el «fin de la realidad» y los próximos 10 años de la inteligencia artificial.
El Big Bang de la inteligencia artificial generativa anuncia el comienzo de una revolución inédita y a la vez el mayor peligro existencial de toda nuestra #historia.
Hay programas con los que se fabrican torrentes interminables de imágenes sintéticas a partir de simples descripciones de textos. Avanzan hasta crear fotos que pueden ser confundidas con la realidad a primera vista.
La tecnología pasa a millones de teléfonos celulares en todo el mundo con aplicaciones que recaudan millones de dólares al día, produciendo fantásticos retratos de sus usuarios.
Hay algoritmos capaces de escribir textos como un humano.
Más de 100 millones de personas los utilizan todos los días para crear documentos, desde los deberes escolares hasta los escritos legales utilizados en procesos judiciales, sin que medie elaboración intelectual alguna.
En sólo unos meses la inteligencia artificial ha pasado de los laboratorios de las universidades a manos de cualquiera con un ordenador o un teléfono.
Hay una guerra feroz entre las grandes compañías de la información y las comunicaciones por el dominio de la tecnología que está abarcando casi todas las esferas de la sociedad contemporánea.
En Hollywood, por ejemplo, la inteligencia artificial, hace producciones cinematográficas, cuyos actores ni siquiera pasan por los estudios.
Se clonan las voces de las personas convirtiendo textos en habla, alterando lo expresado y poniendo en las bocas palabras que no se han expresado. Existen casos de usurpación de identidad por hábiles hackers. Poco a poco se desintegra el tejido de lo real, creando universos paralelos desde lo virtual, casi de manera instantánea.
El mundo asiste horrorizado a lo que pudiera ser el colapso definitivo de las realidades.
Aprovechemos este inédito potencial tecnológico sin poner en peligro la humanidad, enalteciendo la educación.
Una importante especie está en riesgo de desaparecer- diría #Fidel- a partir de la rápida liquidación de valores éticos y estéticos que son esenciales: El Ser Humano.
La #cultura sigue siendo lo primero que hay que salvar.
Me gustaMe gusta
“Cultura e identidad, escudo y espada”
Bernardo Enrique Musibay Hernández
(…) la madre del decoro, la savia de la libertad, el mantenimiento de la República y el remedio de sus vicios, es, sobre todo lo demás, la propagación de la cultura (…) “Cartas de New York. Tilden” La República. Honduras, 1886
Se avalancha sobre nosotros una estampida, pero no ruidosa ni detectable a simple vista, esta es sutil, calculadora, no discrimina o escatima, está conformada por el ocio, la desmemoria, la vileza, el empequeñecimiento del ser y el agrandamiento del tener, y en su cabeza hay un líder funesto y bajo, uno que sabe de manejo de pasiones e impulso de rencores, uno que en su empresa de derrocar la cultura de naciones nos acecha cada día; ¿verdad que es como una sombra ese gran líder de la descolonización que es el neoliberalismo?
Cada época trae consigo revoluciones que crean y fundan, o que odian y destruyen. Y qué útil y hermoso es cuando esos grandes movimientos de hombres y mujeres lo son de sus tiempos. Cada quien debe de dar sus esfuerzos, si se quiere saber merecedor de su patria, al bien colectivo, los grandes resultados que marcan épocas devienen del trabajo colectivo, de la comunidad de ideas e intereses de la mayoría. La propagación de la cultura nacional reafirma principios y crea patriotas, y más importante aún, pone en claro la identidad de un país, que, si se construye y crea, si su gobierno, su arte, su política, es de pueblo, de naturaleza propia de una nación, que es menester para ser verdadera y feliz, es baluarte y escudo impenetrable. Cuando una cultura, que es identidad, se propia de su pueblo, resultado de su historia, del largo y arduo quehacer y pensar de sus hijos, no hay agresión foránea que valga.
Hay en los tiempos que corren una belleza natural de la vida muy diferente a la de otros tiempos, en que el artista, inspirado por amor inmenso o tristeza fúnebre, por su propio impulso que deviene de su espíritu creador, sin atender a opiniones e influencias extranjeras, regalaba a sus compatriotas una muestra de su creación que, unas veces enaltecían por su contenido la vida nacional, otras simplemente loaban al amor o la tristeza, pero sabíase que la obra venía de los nuestros, ¡y qué gran tesoro para la identidad del país¡ Y ¿por qué es diferente, más peligroso en la actualidad? Pues porque estos son tiempos de trueques, de fábricas e industrias cuyo objetivo de producción es capital y ocio, tiempo de falsa prensa e indignante hipocresía. La industria del entretenimiento es como un río, que en su curso desprende opio a la atmósfera de sus viajeros y, sin detenerse a pensar a donde conduce, se ven ya sin poder tomar acción al borde de la cascada. El modelo neoliberal que promueve el capitalismo en su más cruda etapa, el imperialismo, precisa para su existencia la destrucción de culturas, la denigración de artistas e intelectuales que, por su labor, se identifican vanguardia artística y guardianes de la identidad de sus países, pues para poder continuar con la premisa que promueve el gigante de las 7 leguas, como calificara José Martí, de todo por, con y para el uno por ciento, la única prevaleciente identidad debe ser la del dólar. Mas hay una respuesta ante esos ataques, sembrar ideas, sembrar conciencia.
Nuestra Cuba, como uno de los últimos baluartes del socialismo, ha sufrido las más crueles agresiones, siempre lideradas por los Estados Unidos. Un claro ejemplo de ello es el Bloqueo Económico, Comercial y Financiero que lleva más de 60 años en vigor, de ello ha devenido el “Robo de Cerebros” (con la emigración de nuestros artistas, intelectuales, profesionales de la ciencia, la educación y la salud, etc), que ha obstaculizado el sano y correcto desarrollo económico de nuestro país al saquear nuestro principal recurso, el capital humano. De igual manera muchos de los emigrantes cubanos reciben, por política de los EEUU un tratamiento preferencial que no recibe ningún emigrado de otra nacionalidad, oportunidades y ofertas para rehacer su vida pomposamente, con un único requisito, “defender la verdadera democracia y promover la agresión psicológica y militar contra aquellos que oprimen a su país” así surgió la hoy conocida mafia de Miami conformada por emigrados cubanos que, recibiendo fondos millonarios del gobierno estadounidense, se dedican a promover el descontento, la vulgaridad, expresión más alta de la incultura, y todo tipo de agresiones.
Como ya citamos poco ha en estos textos, hay una respuesta, sembrar ideas, sembrar conciencia, y tenemos un arsenal con recursos ilimitados para ellos, tenemos a Félix Varela y Morales, el primero que nos enseñó a pensar como cubanos, tenemos a José de la Luz y Caballero, eminente pedagogo y filósofo promotor entre sus estudiantes de la conciencia nacional, de ese “Sol del mundo Moral”, tenemos a Rafael María de Mendive, intelectual, poeta, comprometido con la palabra y de hecho con la justa causa libertadora en Cuba, maestro de José Martí, y tenemos a aquel que resumía en sí todo el pensar y sentí de sus antecesores, empezando por el indio Hatuey y terminando por su maestro Rafael María de Mendive, tenemos al apóstol y héroe nacional, fuente inagotable de sabiduría, pues era sabio al no dejar nunca de estudiar, investigar y luchar, José Martí, tenemos al primer cubano en que se vieron reflejados la combinación dulcísima del ideario marxista y martiano, líder estudiantil y fundador del primer Partido Comunista Cubano Julio Antonio Mella, tenemos al poeta autor de “La Pupila Insomne” Rubén Martínez Villena, y más, ¡qué de tesoro espiritual tenemos en Cuba¡ y tenemos a aquel que materializó el sueño martiano, a nuestro líder histórico y Comandante en Jefe Fidel Castro Rúz. Todos y cada uno de ellos, y muchos más no mencionados para no hacer de esta lectura larga y cansona, son personas a las que hay que volver, volver para estudiarlas, para investigar, para regresar a nuestras raíces y reafirmar nuestra posición de independientes y soberanos en todo sentido, sobre todo en aquel que nos identifica, el sector de la cultura. Como expresó Martí en su ensayo “Nuestra América”:
(…) Es la hora del recuento, y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes (…)
Me gustaMe gusta