A propósito de la colonización cultural: algunos ejemplos. Por Enrique Ubieta Gómez

La posibilidad de que seamos recolonizados culturalmente debe preocuparnos y ocuparnos a todos. Es la batalla fundamental por nuestra independencia. No se reduce a la cultura artística, atañe a la cultura nacional en todas sus manifestaciones. Se habla, con razón, de la industria del entretenimiento. Redes sociales, películas, series, videojuegos reproducen el imaginario del éxito personal, sustentado en el tener, y difunden un modo de vida que se presenta como «superior». El entretenimiento sustituye los espacios informativos tradicionales y desestructura el saber. Los villanos de la ficción son los habitantes de los mundos por conquistar: rusos, chinos, árabes, cubanos, venezolanos, etc. Entre ellos, sin embargo, siempre aparecen personajes que «comprenden» la maldad de los suyos, y colaboran con los «buenos». Pero no son los únicos campos minados; todos conducen hacia la toma del poder político.

Si se habla de colonización de las mentes, habría que mencionar la obsesión inducida por los medios en algunas personas —pensamientos y sentimientos inducidos, aunque los creamos muy personales— en torno a la supuesta necesidad de que Cuba rebase su excepcionalidad, y sea «por fin» un país normal, igual a otro cualquiera, es decir, que acepte el imaginario de vida exportado por las metrópolis occidentales. No me voy a referir ahora a lo que eso significaría en términos culturales, sociales, económicos y de soberanía nacional, si tenemos en cuenta que la nuestra fue simultáneamente una revolución socialista y de liberación nacional. No voy a insistir en el hecho de que la normalidad (capitalista, en un país subdesarrollado) solo profundizaría la crisis y sus efectos en las capas más humildes de la población. Esa «normalidad» tiene dos niveles: uno conceptual, otro meramente emocional o de imitación de «lo que el otro hace», de lo que vemos en series y películas, desde ponerse el gorro de Santa en Navidad, organizar grupos de porristas para los eventos deportivos, festejar Halloween, o dedicar días y noches enteros en el gimnasio para ser «Mr. Cuba» y parecerse a los jóvenes que ven en las fotografías de las revistas «del otro mundo». El cuerpo como mercancía y cárcel para la rebeldía.

Quiero destacar algunos ejemplos en los que es visible el avance de la colonización mental:

1. En la aceptación como paradigma del concepto burgués de democracia («división» de poderes, multipartidismo, libertad de expresión según el canon liberal, etc.) y la adopción, a veces inconsciente, de un vocabulario amorfo, desustanciado, liberal, lo que a su vez se acompaña de un individualismo feroz, desentendido de causas y razones colectivas;

2. En la concepción de las ciencias sociales y de la educación superior según las reglas de la academia estadounidense y en el seguimiento de sus «novedades», como espacios de prestigio. Cuando buscamos a autores de nuestro Sur (africanos, árabes, latinoamericanos, asiáticos), ¿lo hacemos en nuestras universidades o en las de las viejas metrópolis, en nuestras editoriales o en las de los colonialistas y neocolonialistas que validan o descalifican lo que es importante y lo que no lo es?;

3. En la idea de la superioridad absoluta del profesionalismo sobre el deporte socialista: todos los éxitos del deporte cubano se atribuyen a la ausencia durante décadas de profesionales en olimpiadas y campeonatos mundiales, como si Juantorena, Sotomayor, Ana Fidelia, las llamadas «morenas del Caribe» del voleibol, tanto en lo individual como en lo colectivo, Stevenson, Mijaín López, Idalys Ortiz, Omar Linares, Kindelán y un largo etcétera, fuesen falsos supercampeones. Ante el desempeño del equipo Cuba de béisbol en aquellos dos juegos históricos contra los Orioles (con resultados muy parejos y una victoria) los colonizados aducen que los de Baltimore no estaban en plenitud de forma, y ante el sorpresivo subcampeonato conquistado en el Primer Clásico Mundial, que los grandeligas no habían tomado muy en serio la convocatoria.

Los colonialistas necesitan destruir la mayor fuente de orgullo nacional que ha tenido Cuba en su breve e intensa historia: el triunfo de la Revolución de 1959, la conquista de su independencia real, a pesar de la agresividad permanente del más poderoso centro de poder imperial. Cada error cometido por la Revolución será magnificado hasta invisibilizar sus muchos aciertos y logros; cada victoria será puesta en duda; cada acción heroica será manchada por la sospecha (los héroes inobjetables serán considerados la excepción, los corruptos serán expuestos como la confirmación de que todos los revolucionarios lo son). Los colonizados reclamarán su derecho a dudar, a propagar la duda, a construir y enraizar el desencanto, a empequeñecer la obra común, a falsificar sus resultados.

Los colonizadores y con ellos los colonizados, invierten la simbología de los almendrones en uso: de ser expresión de la resistencia de un pueblo acosado, de su capacidad para vencer obstáculos, los convierte en símbolos de la persistencia del pasado, de su resistencia a desaparecer. Poco a poco introducen «nuevos» héroes que deben ser asimilados por los colonizados y revisan los que la Revolución colocó en su pedestal. Cada sistema de vida tiene su propio panteón: ¿serán considerados como héroes alguna vez los mercenarios de Playa Girón —ya cuentan con un monumento en Miami—, entrenados y conducidos en barcos de guerra por los Estados Unidos hasta las costas cubanas?, ¿dejarán de serlo los milicianos que defendieron la Patria?

Produce «vergüenza ajena» (aunque es nuestra, porque el colonizado, aunque nos pese es nuestro) ver el primero de mayo a un hombre trotar, enarbolando la bandera del imperialismo —como si su gesto constituyera una proeza— por la Plaza de la Revolución, o a un joven de origen humilde gritar con orgullo de esclavo: «My President is Trump». Pero las acciones y los efectos de la colonización cultural son mucho más sutiles y abarcadores. No se trata de películas buenas o malas, lo que nos jugamos es mucho más importante: los colonizadores, y su pequeña brigada de colonizados, vienen por el todo. Nos quieren arrancar de raíz, para que flotemos en el viento sin una tierra a la que asirnos. Cerremos fila para impedir que se frustre nuestro sueño de una Patria diferente, que rinda culto a la dignidad plena de sus hombres y mujeres.

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